Las movilizaciones de los últimos tiempos, de gran visibilidad con las manifestaciones de la semana pasada, junto con un par de artículos de FunSpot en Game Over escritos en las últimas semanas, me invitan a desarrollar esta idea (que no es especialmente original ni novedosa) que me ronda por la cabeza.
En el primero de los dos artículos, Funs nos habla del desencanto de los DLC, de cómo algo que surgió para alargar la vida de los juegos y darnos más horas de diversión se ha convertido en una pequeña estafa en la que los contenidos descargables no añaden valor al título. O peor aún, son elementos pensados originalmente para el lanzamiento del juego que se deciden vender por separado para aumentar las ganancias. Incluso es cada vez más común ver como se anuncian los DLC cuando todavía ni siquiera el juego ha llegado a las estanterías de las tiendas.
En el otro nos habla de la falta de variedad de la industria, en la que los grandes títulos llamados a vender a cascoporro se repiten estilos y mecánicas. Las desarrolladoras y distribuidoras están cada vez menos dispuestas a correr riesgos debido a los grandes costes de producción de videojuegos para las consolas de la actual generación y eso deriva en una tendencia a utilizar aquellas fórmulas que mejor venden.
Al pensar en estos temas me he acordado de una frase que una vez un amigo me dijo y que se puede aplicar a estos casos como en muchas cosas en esta vida: votamos con nuestro dinero.
El concepto es tan sencillo como suena. Si las tiendas del barrio van desapareciendo poco a poco en favor de las grandes superficies comerciales es porque compramos en dichos centros, haciendo que las tiendas pierdan ganancias hasta el punto de desaparecer.
Otro caso típico es el de la ropa, de peor calidad debido a los recortes en los gastos de producción para obtener productos más competitivos y con mayor margen de beneficio. Es posible que los precios sean menores, pero la calidad también es mucho menor y aunque a menudo la gente se queja de ello, esos productos existen porque se venden bien.
No sirve de nada añorar tiempos mejores, y rara vez servirá de algo protestar por la mala calidad del servicio o el producto. No, lo único que podemos hacer para estos casos es escoger mejor en qué invertimos nuestro dinero. Parece obvio que en el mundo en el que nos ha tocado vivir lo que lo mueve todo es el dinero, y por tanto es nuestra la decisión de premiar el buen hacer de unos o castigar aquello que no nos guste simplemente decidiendo qué estamos dispuestos a pagar.
En 2008 salió a la venta un Prince of Persia que era distinto a la anterior saga de las Arenas del Tiempo. El juego era gráficamente muy bello y a nivel de jugabilidad era muy entretenido. Sin embargo tenía una gran pega: el final del argumento no era el que se suponía que debía tener. Al cabo de unos meses Ubisoft lanzó un contenido descargable que era un epílogo para dar fin a la historia que se narraba en el título. Lanzar un juego cortado a propósito para luego hacer unos dinerillos extra vendiendo el final del mismo me pareció una estrategia sucia por parte de Ubisoft y me arrepiento de haberles comprado ese capítulo con el afán de disfrutar un rato más del título, ya que les estaba dando la razón y autorizando a repetir la jugada.
Y encima el final del contenido descargable me gustó menos que el del juego en disco.
En su día nos pareció una estafa el lanzamiento del primer Rock Band, así lo comentamos en el segundo pozcas que grabamos1, con instrumentos a un precio muy superior a los de otros países y encima sin incluir el propio juego en la caja. Hay tropecientos títulos que salen traducidos de pena o sin traducir en absoluto. Consolas que salen meses más tarde y a precios exagerados…
Todas esas tropelías nos las hacen porque estamos demostrando que no nos importan a la hora de pasar por caja. Si dejásemos de comprar estos productos se lo pensarían dos veces antes de volvernos a hacer la jugada. Y no digo con esto que haya que piratear o robar, ni mucho menos, si no que busquemos alternativas como la importación (Reino Unido suele ser una buena opción) o sencillamente no lo compremos porque no lo merezcan.
Este alegato también se puede usar en el sentido contrario, claro. Cuando consideremos que un producto se merece una alabanza por ser innovador, o de alta calidad debemos apoyarlo con la compra, premiando el trabajo bien hecho. O cosas tan simples como que el juego esté muy bien doblado al español merece que no tratemos de buscar el título en el extranjero (aún cuando dispone de las voces en castellano) si no que lo compremos en nuestro país para permiar de esta forma a la distribuidora española que se preocupó de hacer un buen trabajo de localización.
Así que cada vez que decidas gastar tu dinero en algo, ya sea en un videojuego como en cualquier otra cosa, plantéate que el arma más poderosa para cambiar el mundo es el bolsillo, por lamentable que pueda parecer. Y es que votamos con nuestro dinero.
Imagen del título obtenida en la galería de Images_of_Money (flickr)